Sara Carbonero se va a Suiza

Me tocaba darle masajes de calentamiento a Xavi Hernández y yo me había dicho: darle masajes de calentamiento a Xavi tiene que ser como ligar con Lara Dibildos, sosísimo. Pero, mira, estaba equivocada, me he entretenido una barbaridad.

Mi Xavi llegó puntual, serio, concentrado. Se desnudó y se tumbó boca abajo sin tener en cuenta si ése era su lado bueno o su lado malo. Yo me repetí: «Susi, esto va a ser un muermo». Me concentré en el músculo elevador de la escápula, confiando en que eso de la escápula, en estado de elevación, fuera algo interesante. Mi Xavi no daba muestras de que se le estuviera elevando nada de interés, la verdad. De pronto, giró la cabeza y miró su móvil. A punto estuve de hacerle ver su falta de consideración, cuando le entró un mensaje. Dado que yo estaba sobre ese averiado músculo de su espalda que no elevaba nada con lo que yo pudiera lucirme, pude leer el mensaje. Era de Iker Casillas.

– Hola, príncipe – le había escrito Iker.

– Príncipe, tú – le escribió Xavi

– Bueno, príncipes los dos – concedió Iker –. Qué bien lo pasamos juntitos en Oviedo. A ver cuándo nos dan otro premio por querernos tanto.

– Es que tú eres un tío bueno –se sinceró Xavi–.

– Córcholis, Xavi, no me digas eso –suplicó Iker–. Alguien lo puede leer.

– Que lo lea España entera –escribió Xavi, como si estuviera en Hay una cosa que te quiero decir y me hubiera tomado por Jorge Javier Vázquez. Todo el mundo dice que nos damos un aire.

– Bueno –admitió Iker–, España entera ya lo sabe. Es que lo nuestro canta mucho, somos como Romeo y Julieta. Los del Barça sois los Montescos y los del Madrid, los Capuletos.

– ¿Y a quién le importa lo que yo soy? ¿A quién le importa lo que tú eres? –escribió Xavi–. Tú eres un tío la mar de bueno.

–Ah, te referías a eso –me di cuenta de que Iker lo encajaba con su proverbial deportividad–. Está bien, «ojos azules».

–Oye, Iker, que yo no tengo los ojos azules –le advirtió Xavi–.

–Uy, dónde habré yo leído eso tan cariñoso… –se aturdió Iker–.

– Luego seguimos –les escribió Xavi–. Luego seguimos, que me están dando un masaje y la escápula no me sube ni a la de tres.

Yo sudaba ya la gota gorda. Pero enseguida le entró a Xavi otro mensaje. Era también de Iker:

–Tío –escribió, y se le notaba el agobio–, mi Sara Carbonero ha leído esto y dice que se va a trabajar, con el niño puesto, a Ginebra.

Yo pensé: «La siguiente en irse a Ginebra va a ser la mujer de Rajoy, qué peligrosos son los mensajes».